Ella estaba en sus días

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Amelie estaba en sus días. En los de gula de patatas fritas. Caseras. Quedaban pocas patatas en casa, pero las suficientes. Consciente del precio del aceite de oliva, se rindió ante el delicioso gusto del aceite de girasol y lo echó en la sartén. Pero al devolver la botella a su lugar, la botella de girasol se reencontró con la botella de aceite de oliva. La mano de Amelie no lo pudo resistir y agarró la botella de aceite de oliva para echarle un chorrito al charco de aceite de girasol enmarcado en la sartén, con la esperanza de que la mezcla cogiese un ligero gustito a aceite de oliva.

 

Cogió las patatas, peló las patatas y cortó las patatas. Al aceite le quedaba poco para convertirse en saltarín, lo que significaba que cada vez quedaba menos para que Amelie se quemase el labio antes de devorar las soñadas patatas fritas. Primera gota de agua a la vista como prueba de fuego. Y nunca mejor dicho. ¡Bien! El aceite estaba lo suficientemente caliente.

 

Quedaría bien decir que sin pensarlo dos veces echó las patatas en la sartén para freírlas, pero eso no ocurrió. Amelie necesitaba primero establecer una distancia de seguridad por dos razones. La primera, para no empezar un partido de básquet improvisado simulando encestar las patatas en la canasta-sartén. La segunda, para evitar que el aceite saltarín le salpicase en la cara, ropa y hasta en el DNI.

 

Amelie por fin se sintió segura, y después de comprobar que estaba a los 3 centímetros que dicta la ley universal de freír patatas en casa, tiró patata por patata con cara de absorber espaguetis. Y cuando parecía que lo peor había pasado, el tsunami aceitoso entró en explosión. ¿Por qué, por qué? Nunca se sabe por qué. Pero el caso es que la vitrocerámica ahora tenía un diseño aceitoso poco deseable.

 

Desastre en la cocina. No pasa nada. Las patatas fritas estaban listas.

 

-¡Qué ricas están las patysbhdfionwefmw!, intentó balbucear Amelia mientras se quemaba.